
JOSÉ PARRA:
MODULAR EL TIEMPO EN ESPACIOS DE SILENCIO.
por Joan Gil Gregorio,
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte
A lo largo del siglo XX, la escultura paulatinamente ha ido huyendo de su especificidad, gracias a una serie de cambios primordiales que renovaron esta disciplina, fundamentados en la libertad, ya sea formal, material o conceptual. El ámbito escultórico ha ido perdiendo sus límites constreñidos, expandiéndose hacia otros campos disciplinarios y a otras actividades - tridimensionales o no- que han adquirido una dimensión volumétrica que se manifiesta en la configuración de sus creaciones. En este profundo proceso -de la posguerra a la actualidadmuchos han sido los artistas que se han interesado por el fenómeno escultórico, ya sea compartido con otros lenguajes plásticos o bien de forma específica. Durante los años 60 y 70, en España se produce una reacción en contra del estancamiento de las décadas anteriores, articulándose una transformación radical que se hará visible a lo largo de las siguientes décadas, permitiendo abordar diferentes propuestas y formular diversas proposiciones sobre lo que hasta el momento se entendía por espacio.
El ámbito de la experimentación tridimensional ha tenido, pues, una significación excepcional y ha extendido sus propias y tradicionales premisas hacia nuevas configuraciones pluriformales. El artista contemporáneo lleva al extremo el desarrollo del concepto de espacio activo, abierto y orgánico que despliega nuevas formas y ocupa esa extensión visual. Este es el caso del artista José Parra (Tánger, 1957) que explora el concepto espacial con estructuras lineales que se dibujan en el aire, gracias a las cuales nos traslada a un cosmos de meditación y soledad que permite sumergirnos en la esencia y en lo absoluto. En un mundo inmerso en la rapidez incontrolada, en los avances tecnológicos, en la inmediatez de los acontecimientos, en el torbellino de la información, su trabajo nos acerca a recintos de reflexión pausada. En su caso, la complejidad creativa se convierte en una divisa de trabajo y en una actitud artística: cuanto más lento es el proceso más logra penetrar e instaurarse, desde el silencio, en el transcurso y en la duración del tiempo. Una actitud que nos recuerda una máxima de Séneca en la que manifiesta que “la lluvia fina es aquella que cala profundamente al contario que le tormenta voraz que anega la tierra”. Por eso, modelar el tiempo, incorporando el peso intemporal de la historia, es uno de sus hitos esenciales. Una condición que nos invita a una contemplación serena para adentrarnos en un laberinto de posibles.
Sin duda, existe en la obra del artista un movimiento desde la quietud, en la que sus móviles interactúan con en el espacio circundante creando nuevos universos poéticos a través de sus aéreas construcciones. Su perfección técnica es inmejorable consiguiendo equilibrios, contraposiciones y tensiones que en ocasiones desconciertan y que captan la mirada del espectador que se siente sorprendido. En todas sus esculturas persiste un diálogo de contrarios entre los materiales utilizados: el alambre, con su potencia, fuerza y resistencia, contrarresta la fragilidad y delicadeza de los imperceptibles hilos. Pero más allá de sus aspectos formales, la investigación de José Parra nos habla de una vida personal, propia, llena de experiencias de la que quiere dejar constancia. El tránsito, el camino, la vida y la muerte, la luz y la sombra, el goce y el dolor, la presencia y el olvido se hacen públicos en una obra llena de exquisitez y refinamiento cargada de sensibilidad. Convertir espacios de silencio es una propuesta artística que no deja de ser una tarea fácil y que José Parra lleva hasta sus últimas consecuencias. podemos obviar la importancia de sus vivencias infantiles, de su Tánger natal de nostalgias pasadas, y de sus emociones acumuladas de una naturaleza íntima e introspectiva. Pasear por esta enigmática y mágica ciudad es abrirse a un mundo de culturas de conocimiento, de vivencias. Un territorio de acogida para aquel que busca aprender y compartir. Se percibe en el artista un sentimiento de homenaje a un tiempo pasado en el que las culturas convivían en un todo.
La Galería Vidre Art Gallery presenta una selección de esculturas –fijas y móviles- e instalaciones de José Parra que ofrecen la posibilidad de ser transitadas por la mirada, y no sólo por la ésta sino también a ser vividas y habitadas, ya que sus estructuras tienden a formas arquitectónicas que se imponen a gran escala. La maqueta que presenta para un proyecto escultórico en Barcelona, titulada El árbol de Abraham, es un claro ejemplo de ese tributo que el artista mantiene con la localidad que lo vio nacer. Una vez más, la conjunción de las luces y las sombras, en un momento determinado, en los equinoccios, nos remite al origen de las religiones cristiana, musulmana y hebrea, que en un principio vivian en harmonía. Una obra que nos aproxima a la unión de las partes, de las culturas, de la humanidad, la vida de un tiempo pasado. En una fecha exacta y en un momento preciso incide un rayo de luz que muestra las simbologías de las tres religiones: cruz cristina, luna musulmana y estrella de David. Por otro lado, la instalación Del cielo al suelo, que ocupa el espacio central de la galería, nos habla de la expansión del universo, de nuestra activa y imprudente acción en contra de la naturaleza que, en vez de preservarla, la destruimos paulatinamente por intereses económicos, sociales y políticos. Una propuesta que conceptualmente se rige por equilibrios, frágiles e imperceptibles, que sustentan todo lo que somos. José Parra nos advierte de la pérdida de la estabilidad ecológica, del desastre al que estamos abocados sino tomamos conciencia de quienes somos, de donde venimos y a donde vamos. Pero más allá de recordarnos la fatalidad del futuro humano, el artista trata con máxima delicadeza la puesta en escena. Deambular por su instalación es adentrarnos en un lugar ancestral, sideral, cósmico, de una atemporalidad que desprende una mística espiritual.
Un proyecto, el suyo, desnudo de elementos iconográficos, que ha llegado a tal síntesis formal que los protagonistas son la esencia y la veracidad. De ahí, que la observación del conjunto no sea inmediata, a simple vista, sino que hay que ir descubriéndolo lentamente y adentrarse de forma progresiva para vislumbrar los secretos que esconde.